Chico, ese árbol que ves ahí lo traje en este bolsillo...

miércoles, 18 de mayo de 2011

COSAS QUE NO SE REGALAN

Abro otra nueva sección: la de compartir cosas que no se pueden regalar. La primera entrega: una tormenta (bueno, el sonido, entiéndase). Es un sonido muy familiar en el norte, la lluvia es frecuente, diría que omnipresente, si  no está se la espera como un hijo en el extranjero.  Cualquier época es buena para las tormentas; pero claro,  es mejor el invierno y ciertas grietas herrumbrosas del verano: condensaciones estacionarias, borrascas de lejanas latitudes y sus cielos negros como conchas de mejillón. La tormenta hay que escucharla en silencio, con respeto y diría que con cierta sumisión, acatando cada gota, cada relámpago, cada irrefutable decisión del agua. Miramos hipnotizados charcos, estanques, fuentes... como si la lluvia se estrellase con el único objetivo de abstraernos de nuestro mundo. Quizás por eso: porque vemos en el agua un espejo en el que nos encontramos a nosotros mismos, seguimos absortos, con nuestro dedo, el recorrido sigiloso de las gotas tras los cristales, anhelando que su peregrinaje jamás nos devuelva a este reseco mundo.




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