Me quedé mirándola
fijamente. Ella intentaba colocar los zapatos en equilibrios
imposibles tras el escaparate de Zapatos Gamma. Descalza, con
calcetines gruesos de color beige, unos jeans ajustados y una
camiseta aún más ajustada, sufría para evitar pisar los adornos
navideños de espuma blanca a modo de nieve.
Estiraba su brazo
izquierdo hasta la balda más alta del escaparate a la vez que subía
la pierna derecha para no perder el equilibrio. Seguramente en el
mundo de la danza lo que estaba haciendo tendría un nombre francés,
solo faltaba la música.
Lidia hablaba consigo
misma intentando convencerse de que era esa la posición perfecta para
las botas de ante y ese el lugar más visible para los zapatos de
hombre. No se percataba de la gente que pasaba delante del escaparate
en el que, sin pretenderlo, ofrecía un espectáculo gratuito para
los peatones de aquella concurrida calle Rualasal. Quizás porque
estaba ensimismada por hacer su trabajo al detalle, la contemplé si
miedo a verme sorprendido, como si ella no pudiera saber que la
miraba, como si la mampara no solo separara nuestros espacios sino
también nuestros tiempos.
Después de que diera por
terminada su obra, Lidia esbozó una sonrisa entre satisfecha y
aliviada, se calzó sus botas y se perdió tras una cortina gruesa
que separaba su mundo del mio. Una vez más.