A pesar de no sonreír mucho, mi madre era
muy cuidadosa con sus dientes. Por eso su ceremonia de lavado era más ardua que
la de las sentinas de un petrolero. Primero se cepillaba su dentadura con un
cepillo eléctrico de cerdas con varias alturas
que apuraban milimétricamente la limpieza. Después, utilizaba un hilo
dental especial viscoelástico de monofilamento,
con un elastómero termoplástico
que le confería una gran resistencia. Ya lo hubiera deseado tener Clint Eastwood en al Fuga
de Alcatraz para descolgarse por la fachada. Lo más sorprendente era
que mi madre se lo metiera en la boca todos los días.
Por último, para completar su proceso de
higiene bucal, tomaba un trago de colutorio
manteniéndolo en la boca durante 20 min. cronometrados con precisión,
como en una carrera de una final olímpica de 100 metros lisos. Por curiosidad científica, que,
posteriormente, desembocó en vocación laboral, yo miraba los componentes de los
productos de mi madre, por eso recuerdo que aquel colutorio se componía de Agua, Alcohol, Sorbitol, Fosfato de Sodio,
Hidrogenated, Sodium Fluoride, Sodium Saccharin, Sodium Bicarbonato, y más
cosas. En aquel tiempo, yo conocía la
composición del agua y alcohol, del resto lo desconocía todo, por eso temía
mucho por la vida de mi madre cada vez que se lavaba los dientes y respiraba
con alivio cuando me miraba, con ojos enrojecidos, después de evacuar esa extraña pócima.
Ella insistía en decirnos a mi hermana
Violeta y a mí que por la boca es por donde entraban las enfermedades y la
lengua donde descansaban, así que todas las mañanas nos observaba la lengua
como el que compra por primera vez un filete de búfalo, con desconfianza pero a
la vez con curiosidad. Solíamos salir bien parados de la revisión bucal diaria;
eso sí, era estricta con el lavado de los dientes todos los días, después de
haber ingerido algo, por fugaz e insignificante que fuera. Para convencernos,
nos decía que los enemigos de los dientes son hombrecitos diminutos que pueden vivir en los alimentos
más pequeños pero con una fuerza enorme, porque pueden derribar al mayor de los
gigantes y que no podíamos bajar la guardia de la fortaleza de marfil de
nuestras bocas. Cuando nos fuimos haciendo mayores el lenguaje ya se hizo más
científico y nos hablaba de sarro,
esmalte, bacterias y facturas de dentistas … eso nos hizo pensar a mi hermana y
a mi que la boca ya dejaba de ser un cuento a ser algo más serio. Quizás por eso
se divorció de mi padre cuando le perdió el hilo dental; bueno eso es lo que
nos dijo nuestro padre. Lo que nos decía nuestra madre es que lo que había perdido nuestro padre fue
el respeto hacia ella. Pero nosotros
sabíamos que el hilo dental formaba
parte de ese respeto, y fue el hilo que colmó el vaso, aunque parezca
paradójico pensar en un hilo que desuna.
Mi hermana y yo seguimos lavándonos los
dientes, a pesar del divorcio, sobre todo porque seguimos viviendo con nuestra
madre, que incluso llegó a ser más estricta con al higiene bucal, sobre todo
después de las visitas a casa de nuestro padre. Supongo que mamá pensaría que
mi padre no se lavaba mucho los dientes
o que podría haberse comido algo en mal estado.
Con el tiempo, Violeta y yo continuamos
la batalla por nuestra cuenta con esos bichitos, después de cada comida. Ahora ella
revisa la lengua de sus dos hijos cada mañana, esperando ver si allí duermen o
no las bacterias. Yo por lo menos lo hago conmigo mismo al levantarme. Esa
mueca que al inicio de mi vida nuestra madre nos hacía creer que resultaba un ejercicio de responsabilidad
civil por los posibles riesgos de pandemia, ahora no es más que una burla
maturina a mí mismo. Ironías de la vida.
Recientemente, a mi madre le han tenido que poner una dentadura nueva,
gastándose en ella lo que no se gastó en nosotros en toda su vida. El dentista
le dijo que el contacto prolongado del
Sodium Fluoride, Sodium Saccharin y el Sodium Bicarbonato, componentes del colutorio que ella siempre usó, le había dañado las encías provocando el debilitamiento de
las raíces. Pero lo que más dañó a su dentadura fue la mala utilización del
hilo dental.
Lástima que mi madre ahora sonría aún menos, a pesar
de lo brillante que está su dentadura, quizás porque sabe que jamás la sentirá
lo suficientemente limpia.