Viendo la Puerta del Sol, me viene a la mente una estampa muy típica: el mayo francés y un J.P. Sartre con cigarrillo y miles de jóvenes a su
alrededor. Por esas cosas que a veces me pasan, repiqueteaba en mi mente,
varios días atrás, un libro -y no otro-
del célebre filósofo francés: El
existencialismo es un humanismo. Quizás porque al igual que el libro Indignaos de Séphane Hessel,
con ese libro Sartre, avant la lettre,
ayudó a tomar una nueva conciencia social y política.
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Pero quiero pararme en lo existencial en dos frentes para
intentar dar una versión muy personal sobre lo que está ocurriendo: en la experiencia
personal de la existencia y en la visión existencial.
Algunos,
quieren ver en el movimiento 15-M solamente una reivindicación confusa
en sus objetivos expresada exclusivamente por jóvenes. Es cierto que la parte más
visible son ellos, entre los que aún me incluyo, pero no es una reivindicación
únicamente de lo que nos pasa a los jóvenes. Muchas personas de diferentes
edades han visto cómo han perdido su empleo durante estos años, cómo no han
podido pagar sus casas, cómo han tenido que recortar su bienestar, cómo el
gobierno realizaba recortes sociales y cómo el sistema político-administrativo
funcionaba de espaldas a la ciudadanía (corrupción, clientelismo, enchufismo,
derroche, ineficacia…), y muchos más etcéteras (Ver Artículo de Pérez Reverte,
p.ej.). Ésta es la experiencia personal de la existencia, la que cada día, un día sí y otro
también, millones de personas viven en su piel, independientemente de su lugar
de origen. Por todo esto es fácil pensar que la espoleta existencial estaba
cargada desde hacía bastante tiempo.
Hoy
muchas personas creen que los que nos
deberían representar ya no nos representan, de ahí que la movilización, iniciada
por los jóvenes, tenga eco entre los que no lo son. El paso de lo individual a
lo colectivo, de la queja a la reivindicación pública pasa por el descontento y
la desazón que cada uno de nosotros vivimos de manera íntima y cotidiana. Pero no debe quedar ahí: no
queda otra que cambiar esta realidad, que ofrecer otra visión existencial de la realidad con nuestro acto, modificar esa existencia que no nos
acoge, que nos es hurtada e inasumible. De ahí que la movilización, la
organización sea ya la única forma de llamar al cambio, un cambio democrático,
dentro del orden y la no violencia, cargados de razones y de juicio.
Sartre decía: eligiéndome,
elijo al Hombre. Esas personas que salen a las plazas, que llenan las
calles, que piden una democracia real, que no se callan, están eligiendo por todos algo que antes cada
uno deseábamos en privado.
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