A Beatriz P.
Helena era buceadora aficionada. Coincidimos
trabajando en una empresa de recambios. Era muy hermosa, algo que nos llamó la
atención a todos, ya que la mayoría éramos hombres. Y además elegante, algo que llamó a la
atención doblemente a Juana, la de mantenimiento; e irritó doblemente a Marisa, la encargada. Durante unas semanas me
enseñó todo lo que debía saber de pedidos, facturas y demás. Me gustaba
sentirla cerca, aunque no prestaba
mucha atención a lo que me decía porque estaba suficientemente familiarizado
con todo eso, ya que había trabajado durante más de 5 años haciendo lo mismo
que Helena, con todo su empeño, me
intentaba enseñar al milímetro. Ten
cuidado de poner este código aquí y de avisar por teléfono cuando…Si tienes
alguna duda puedes preguntarme lo que quieras. Pero lo que más me fascinaba
de ella era la intensidad con que me hacía entender lo obvio: pulsa intro, siempre que….nunca te olvides
del intro ¿Intro, me dices?....si, si Intro. Ok, intro, no lo olvidaré Helena.
Y así nos pasamos una cuantas mañanas enteras el uno al lado del
otro, ayudándome a que me hiciera con las claves de la empresa hasta que dos
días después de que Helena me dijera: esto
es todo lo que tienes que saber para dominar este puesto, ¿alguna pregunta?
, la empresa quebró.
Creo que Helena siempre buceaba en horas
de trabajo, y eso no quiere decir que se levantara de su asiento súbitamente,
se embutiera en el traje de rana, se calzara sus aletas y se tirara al océano
del suelo de mármol abrillantado como en
un acto alucinatorio o de espejismo espontáneo, no eso no; sino que buceaba por
entre las personas, se dejaba llevar por sus pensamientos de una forma peculiar
como si al decirle algo emergiera. Helena,
le puedes dar estos papeles a….y casi podía ver cómo Helena se deshacía de
la boquilla del tubo de respiración pronunciando un: sí, claro, yo se lo llevo. Mientras te ofrecía una sonrisa oxigenada
y fresca que daban ganas de zambullirte con ella, por muy oscuro y frío que
estuviera ese mundo del que ella venía.
Una vez, hubiera jurado que en una de
esas zambullidas pensó mis pensamientos, porque inesperadamente se quedó
mirando para mí fijamente sin que le hubiera dicho nada, cuando en ese justo
instante me la imaginaba saliendo del agua –líquida, no de mármol- completamente
desnuda, deslizando por su larga melena morena las gafas de buzo para
deshacerse de ellas.
No sé si Helena llegó alguna vez a bucear
por mis pensamientos y menos si le interesaba conocerlos, pero de lo que estoy
seguro es que ahí abajo ella siempre estaba buscando a alguien.