Chico, ese árbol que ves ahí lo traje en este bolsillo...

viernes, 20 de abril de 2012

ARTÍCULO: PARECE PRUDENTE MORIRSE

Uno de los índices que se toma para determinar el grado de desarrollo de un país es la longevidad. En España la esperanza de vida en mujeres está sobre los 82 años y en los hombres sobre los 79 años, uno de los más elevados del mundo.
Lo que parecía ser un logro de nuestra sociedad, producto de los avances en medicina y el mayor bienestar, es hoy un inconveniente. La inminente reforma de la sanidad en la que se   introducirá el copago en medicamentos y en servicios sanitarios, el aumento de la edad de jubilación a los 67 años y la creciente figura de abuelo-canguro; son ejemplos de que no se puede llegar a viejo relajado. La esperada y merecida recompensa de la jubilación  no tiene ahora tanto de jubilosa. Movimientos como los iaioflautas (http://www.iaioflautas.org/) que salen a manifestarse por sus hijos, sus nietos y también por su propia situación son el reflejo de que la llamada "tercera edad"  no es una edad pasiva.
De lo que no estoy seguro es que el Estado -ese vólcan que no cesa- se vaya a conformar con eso.  Se podría llegar a pensar que en su afán recaudatorio y "recortatorio" podría prohibir alcanzar  cierta edad de vida por peligro de inestabilidad presupuestaria. Como en la  película In Time: a partir de los 65 años se les daría un crédito en tiempo para unos pocos años (recogido en los presupuestos generales del Estado, claro está) que solo podrían ampliar aquellos que se lo pudieran sufragar, evitando una carga para todos en gastos sanitarios y sociales.
Ahora, mirémoslo desde de otro modo:  hoy por hoy se recortan servicios básicos que son imprescindibles para mantener niveles básicos de calidad de vida para grupos muy vulnerables, especialmente para los mayores (Dependientes, con pensiones bajas, si apoyo familiar, etc), al final lo que se está ejecutando es uan sentencia tácita que es la de que si eres pobre vivirás menos. Me viene a la memoria aquellos Estados nada democráticos, que no hace tanto tiempo practicaban leyes eugenésicas para la pureza de la raza. En aquel caso se perseguía lograr el Hombre ario puro, en éste, al Hombre privatizado puro.
Muy probablemente cuando este volcán cese saldremos más fortalecidos: sabremos apreciar lo que es realmente valioso;  pero, mientras, en este braceo del ahogado colectivo, creo que muchos -los más débiles- se hundirán sin comprender el porqué.

viernes, 13 de abril de 2012

MICRORRELATO: SEBAS Y EL PROFESOR ANÓNIMO


Él me llamaba Sebas, pero yo me llamo Carlos. Fue mi profesor de gimnasia durante la primaria. Pasado el tiempo -demasiado- cuando me tropezaba con él, siempre  me llamaba así: Sebas; yo no le corregí la primera vez y así me rebautizó para siempre.
Yo no recordaba cómo se llamaba él, pero lo que sí recordaba era su BMW rojo de importación que por los años 80 apenas se veían. Algo había escuchado sobre su pasado: que había vivido un tiempo en Alemania y que estaba casado con una rubia de escándalo. Como suele pasar en estos casos, sus colegas del colegio lo llamaban "el alemán", pero para nosotros era   “el del BMW”,  por eso me costaba tanto recordar su nombre.

La última vez que lo vi, antes de irme de nuevo de la ciudad, le pregunté por el BMW:
  • Te confundes Sebas, jamás tuve un BMW ¡Ya me hubiera gustado!
  • ¿Y tampoco estuvo en Alemania trabajando?
  • Sólo de vacaciones, en Berlín, hace tiempo.
  • Ah, creía que....., pues era un rumor que corría por el colegio.
  • Sebas, veo que sigues siendo igual de despistado que cuando te daba matemáticas.
  • ¿Matemáticas?
  • Jeje, sí, sí: ma-te-má-ti-cas...eso que te gustaba tan poco. Lo recuerdo como si fuera ayer.
Sonreímos sin saber qué decirnos. Nos despedimos y no lo volví a ver de nuevo.

No le pregunté por su mujer porque me parecía demasiado injusta la posibilidad de hacerle perder del tirón un BMW rojo y una rubia despampanante.

Pensé, mientras se alejaba, en cómo el viejo maestro llamaría al verdadero Sebas, y me alegré al imaginar que fuese Carlos.

A uno le puede resultar doloroso aceptar que le confundan, pero más doloroso resulta que   te olviden.