Chico, ese árbol que ves ahí lo traje en este bolsillo...

jueves, 26 de mayo de 2011

RETRATOS: CONTAR SIN LOS DEDOS


Se llamaba Juan y estaba muy flaco. Le iba a visitar como voluntario de una ong dos veces por semana: las mañanas de los martes y jueves. Me recibía en el salón, con olor de cigarrillo por la casa. No podía fumar, una necrosis en sus pies y sus manos, un problema de hígado y más cosas que no me quería contar eran razón suficiente para que el humo del cigarro oliera a pecado capital. Juan me hablaba de su hija, Nerea, y algo de su mujer con la que de vez en cuando tenía algún pleito que le provocaba un gesto de contrariedad al recordarlo. A Juan le gustaban las cosas que no podía hacer: conducir y apretar el acelerador hasta el fondo con la ventanilla bajada, beber unas cervezas en la bolera o, lo dicho, fumarse un cigarrillo, o dos, o tres... Invertíamos nuestro tiempo juntos en jugar a las cartas o a los videojuegos y en hablar de cosas insípidas  como si nos sobrara el tiempo.
 Recuerdo su sonrisa orgullosa cuando me ganaba al cinquillo o su insistencia porque me sintiera en su casa, como si no quisiera que me fuera nunca. Me viene a la mente aquella vez que casi lo tiro de la silla de ruedas al bajarlo a la calle: ¡¡Joder, Toni, que hoy no me puse el casco!! Se quedó lívido, casi tanto como cuando me contó que tenían que quitarle un dedo más del pie.
Dejé de visitarlo un día, cualquiera, no sé por qué razón concreta. No sé si hubo despedida formal o un hasta otro día que se quedó como un deseo truncado.
Desde el principio, supe que la enfermedad llevaba una cuenta atrás con Juan y que no sólo sabía llevarla con los dedos, sino con otras partes de su cuerpo.  De lo que no estoy tan seguro es si Juan quería parar ese reloj.  

martes, 24 de mayo de 2011

PARA ESCUCHAR MIENTRAS SE LEE Y LEER MIENTRAS SE ESCUCHA


Paseaba por la Rue Chevalier, en dirección a la Place Blanche. Recibí su llamada y no tarde en contestarle. Solía llamarme en la hora de la comida, comíamos juntos aunque solo nuestra voz. Me contaba las cosas que le hacían exasperarse: las rutinas, el trabajo atrasado, la apatía de su compañera, lo comentarios sugerentes de su jefe...
Entre bocado y bocado, fuimos aparcando silencios que acabaron devorarando todas nuestras palabras. Un buen día dejó de llamarme en su hora de la comida, me comentó que no tenía tiempo. Al cabo de unas semanas tampoco después del trabajo y al final, llegó el final, sin más. Por eso cada vez que recorro el camino desde la Rue Chevalier hasta Place Blanche la recuerdo. Recuerdo el sonido que hacía cuando masticaba, el merci  al camarero cuando le servía y , sobre todo, su taconeo por la calle de adoquines camino de su despacho de Matignon.
Lo cierto es que, desde entonces, he intentado dar esquinazo a esas calles. Eludo la ruta habitual y me desvío por Rue  Avignon, dando un rodeo  para evitar  cruzar la Place Blanche. Cuando sé que todo ha pasado me siento liberado como el ladrón cuando aprieta el acelerador.

Queriendo ignorar que, para mí, todo, incluidas las calles, permanecerá adoquinado.


domingo, 22 de mayo de 2011

ARTÍCULO: EL 15-M: ELIGIÉNDOME, ELIJO AL HOMBRE.


Viendo la Puerta del Sol, me viene a la mente una estampa muy típica: el mayo francés y un J.P. Sartre con cigarrillo y miles de jóvenes a su alrededor. Por esas cosas que a veces me pasan, repiqueteaba en mi mente, varios días atrás, un libro -y no otro-  del célebre filósofo francés: El existencialismo es un humanismo. Quizás porque al igual que el libro Indignaos de Séphane Hessel, con ese libro Sartre, avant la lettre, ayudó a tomar una nueva conciencia social y política.


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Pero quiero pararme en lo existencial en dos frentes para intentar dar una versión muy personal sobre  lo que está ocurriendo: en la experiencia personal de la existencia y en la visión existencial.
Algunos,  quieren ver en el movimiento 15-M solamente una reivindicación confusa en sus objetivos expresada exclusivamente por jóvenes. Es cierto que la parte más visible son ellos, entre los que aún me incluyo, pero no es una reivindicación únicamente de lo que nos pasa a los jóvenes. Muchas personas de diferentes edades han visto cómo han perdido su empleo durante estos años, cómo no han podido pagar sus casas, cómo han tenido que recortar su bienestar, cómo el gobierno realizaba recortes sociales y cómo el sistema político-administrativo funcionaba de espaldas a la ciudadanía (corrupción, clientelismo, enchufismo, derroche, ineficacia…), y muchos más etcéteras (Ver Artículo de Pérez Reverte, p.ej.). Ésta es la experiencia personal de la existencia, la que cada día, un día sí y otro también, millones de personas viven en su piel, independientemente de su lugar de origen. Por todo esto es fácil pensar que la espoleta existencial estaba cargada desde hacía bastante tiempo. 
Hoy muchas personas  creen que los que nos deberían representar ya no nos representan, de ahí que la movilización, iniciada por los jóvenes, tenga eco entre los que no lo son. El paso de lo individual a lo colectivo, de la queja a la reivindicación pública pasa por el descontento y la desazón que cada uno de nosotros vivimos de manera íntima y cotidiana. Pero no debe quedar ahí: no queda otra que cambiar esta realidad, que ofrecer otra visión existencial de  la realidad con nuestro acto, modificar esa existencia que no nos acoge, que nos es hurtada e inasumible. De ahí que la movilización, la organización sea ya la única forma de llamar al cambio, un cambio democrático, dentro del orden y la no violencia, cargados de razones y de juicio.
Sartre decía: eligiéndome, elijo al Hombre. Esas personas que salen a las plazas, que llenan las calles, que piden una democracia real, que no se callan,  están eligiendo por todos algo que antes cada uno deseábamos en privado.

PARA ESCUCHAR MIENTRAS SE LEE Y LEER MIENTRAS SE ESCUCHA

María siempre se bebía medio vaso de almíbar de melocotón tras acostarse conmigo. ¿Tampoco hoy he sido dulce contigo? Le preguntaba sin realmente esperar respuesta. Ella  me lanzaba una sonrisa cómplice, mientras asomaba  la cabeza por la puerta. Yo siempre se lo dejaba preparado encima de la mesa de la cocina, esperando que un día no tuviera necesidad de beberlo.

 Ayer,  María se fue sin más. 

Jamás llegué a imaginarme que un sorbo de almíbar pudiera saber tan amargo.


miércoles, 18 de mayo de 2011

COSAS QUE NO SE REGALAN

Abro otra nueva sección: la de compartir cosas que no se pueden regalar. La primera entrega: una tormenta (bueno, el sonido, entiéndase). Es un sonido muy familiar en el norte, la lluvia es frecuente, diría que omnipresente, si  no está se la espera como un hijo en el extranjero.  Cualquier época es buena para las tormentas; pero claro,  es mejor el invierno y ciertas grietas herrumbrosas del verano: condensaciones estacionarias, borrascas de lejanas latitudes y sus cielos negros como conchas de mejillón. La tormenta hay que escucharla en silencio, con respeto y diría que con cierta sumisión, acatando cada gota, cada relámpago, cada irrefutable decisión del agua. Miramos hipnotizados charcos, estanques, fuentes... como si la lluvia se estrellase con el único objetivo de abstraernos de nuestro mundo. Quizás por eso: porque vemos en el agua un espejo en el que nos encontramos a nosotros mismos, seguimos absortos, con nuestro dedo, el recorrido sigiloso de las gotas tras los cristales, anhelando que su peregrinaje jamás nos devuelva a este reseco mundo.




sábado, 14 de mayo de 2011

MICRORRELATO: AMOR EN PAUSA


Una noche, en la cama, ella me preguntó qué cosas se hacen o se dicen justo antes dormirse. Yo le dije que lo más frecuente era apagar la luz, ella se sonrió y me dijo: no, me refiero  justo antes de eso. Pensé, por ejemplo, en cerrar un libro, decir “buenas noches”, dar un beso o recibirlo, escuchar “que descanses”. Supongo que cosas de ese tipo.

  • ¿Y si te dijera: “te extrañaré”, “te echaré de menos”, “te esperaré” ,“ya tengo ganas de verte”….?
  • Pero, Paula, si sólo se va a dormir, no a una guerra.
  • ¿Pero cuántas veces yo te digo precisamente eso, cuando sé que te volveré a ver en muchas menos horas que las que dejamos de vernos al dormir juntos?
  • …..
  • …..
  • Te echaré de menos.
  • Te esperaré….

viernes, 13 de mayo de 2011

PARA ESCUCHAR MIENTRAS SE LEE Y LEER MIENTRAS SE ESCUCHA


No puedo dormir, y creo que jamás he podido dormir. Habito la búsqueda invasiva del sueño, sin llegar nunca a poseerlo. Tiño de bostezo la artería gris de este parámetro desnudo que es la vigilia indeseada, el cuerpo enhuesado. Nadie me pude probar que he dormido, nadie puede decir que me ha visto con los párpados  mudos, nadie me puede hablar de un sueño que haya creado mi mente, nadie ha visto mi rúbrica en una pesadilla que haya construido mis miedos y mis miserias. Y es que sigo aquí alumbrándome con mi presencia, con mi luz de faro de aumento, y no puedo sembrarme más que con esta vigilia,  no puedo adormecer mi culpa, o engatusar a mi pesadumbre, no puedo desprenderme de mí ni un segundo y vivo contemplándome líquida y densamente con estos dos ojos, demasiados, como dos bolas de helado derretidas.



RETRATOS: MARINERO CON CHORIZO

Se llama Tista y lo conozco desde hace muchos años. Viejo amigo de la familia y marinero. Recuerdo que hace mucho me lo encontré en la calle y me sorprendió verlo tan delgado. ¿Dónde perdiste la barriga Tista, te la zampó un bonito? El régimen, chico, el régimen. ¿Y cuál es ese régimen que te deja como un pincel? Pues el truco está en no echar embutidos al cocido, en prepararlo aparte, así no chupan la grasa las legumbres, por lo que puedes comer todas las que quieras sin engordar.
Me maravilló esa explicación tan científica, además las pruebas le avalaban, había perdido casi 20 kilos. Andaba por tierra ligero como un pez volador en alta mar, porque no pretendía alardear pero sé que se sentía capaz  de caminar por encima de las  aguas si se lo propusiese.
Hace unos días me lo encontré de nuevo, esta vez en una parada de bus, su barriga había vuelto a atrapar entre sus redes la grasa perdida. Se alegró mucho al  verme, le pregunté cómo estaba y me dijo que se acababa de jubilar que ya estaba cansado de la mar, que ya había visto demasiada agua. Le pregunté que qué iba hacer ahora, él me dijo que caminar, pisar suelo y poco más.
Señalando su panza, le dije: Tista, ¿y las legumbres?
 En casina, con mucho pan.
Y mucho chorizo, ¿verdad?

miércoles, 11 de mayo de 2011

RETRATOS: TEATRO GRIEGO

Fue en el verano pasado, mis padres y yo habíamos ido a pasar la tarde a una zona verde, al lado de la playa. Allí nos encontramos con unos amigos suyos, colocamos en círculo nuestras tumbonas y toallas de playa, como marcando el territorio que habría de ser nuestro por unas cuantas horas. Hablamos de su hija y su trabajo, de mi viaje a Madrid y de su viaje al sur. Nos quejamos de lo que cuestan las cosas como dando más valor a aquel rato juntos, un rato que lo único que nos exigía era dejar abiertos los ojos y no entregarse a una dulce siesta. Comimos y bebimos acostados, como en un simposio griego; para más tarde sacudir las migas de nuestras barrigas como el que da gracias a la diosa Gea por los alimentos.  Nos dejamos mecer por la brisa del nordeste, y se apagó la tarde a eso de las 21:30. Nos despedimos de nuestros amigos en el aparcamiento, allí donde empezó la tragedia.
Mientras metía las sillas en el maletero, una mujer, con dos niños y una gran bolsa de playa, discutía por teléfono a voz en grito con el que parecía ser el padre de los hijos. Le suplicaba que les fuera a recoger. Le insultaba y le rogaba a la vez, haciendo más patética la escena que contemplaba todo el aparcamiento. En una de esas andanadas telefónicas, ella llego a decirle que si venía le haría todo lo que quisiera,  pero que fuera, que no la dejara allí con los niños, que no sabía cómo volver. Tras colgar, descargó su rabia contra uno de los niños, zarandeándolo porque no paraba quieto, lo arrastró hasta un rincón y se sentaron.
No pude dejar de mirarla mientras nos íbamos, permanecía de espaldas, inmóvil, con la cabeza gacha, como rogando a su diosa particular que en él aún quedara un poso de deseo hacia ella.

martes, 10 de mayo de 2011

RETRATOS: A DOS RESURRECCIONES POR VIAJE

Abro esta sección para retratar a personajes que me encuentro, en cualquier lugar, de cualquier modo y que de alguna forma quedan en mí por un tiempo, más o menos largo, pasando a ser extras de la película de mi vida. La mayoría no serán más que el rostro que se asoma por la esquina o la chica que pasa por la acera o el anciano que entra por la puerta de la escena enésima de mi vida; pero que dan sentido a una obra que sin ellos sería un monólogo desangelado.


Llevo varias semanas con esta escena en la cabeza: Pongamos que se llama Luís, que tiene 63 años y vive solo. Digo que vive solo porque su aspecto denota cierta dejadez y desaliño, como si no tuviera que rendir cuentas al espejo de su esposa. Íbamos en tren, ruta Piedras Blancas-Gijón. Él se había subido en Candás, se sentó a mi altura, al otro lado del pasillo, como si él condujera y yo fuese su copiloto con un libro en la mano. Cuando el tren se acercó a la parada de Aboño, empezó a hacer unos comentarios que no entendí que fueran dirigidos a mí, pero su insistencia me hizo mirarle. Mi gesto avivó su ánimo y entendí con más claridad lo que me decía: ahí volví a nacer. Apuntaba con su dedo a una parte de la inmensa fábrica térmica de Aboño. Repetía ahí volví a nacer, y me empezó a contar el accidente que hace 8 años le devolvió a la vida y que afortunadamente quedó en una simple amonestación por su jefe por no llevar el arnés de seguridad. Me caí desde allí, ¿lo ves? Poco más y me mato. Tuve mucha suerte si me caigo por aquella abertura, no lo cuento.  Me contaba Luís, sin reparo a que el resto de vagón escuchara su resurrección. Lo cierto es que creo que él quería contarlo a todo el vagón y a mi me tomó como micrófono. Me dijo que se había prejubilado poco tiempo después de aquello y no sabía en qué ocupar su tiempo por eso iba y venía de Candás a Gijón, casi todos los días. Es cierto, me bajé de aquel tren con la sensación de que Luís no tenía otra ocupación más que resucitarse dos veces al día.

DEDICATORIA: ESTE RINCÓN ES TUYO....PARA TI.

A Lolo, sin palabras. Porque no tengo para agradecerte lo que me das. Porque no las encuentro cuando hablo de ti. Porque no sé decirte lo mucho que te quiero, sin decir “te quiero”, y me da pena. Porque no hay  palabra que encaje entre tu bondad sin rozar con tu generosidad. Porque todas las que han pasado por mí saben de ti porque realmente eres lo mejor de mí. Por inventarte palabras y olvidar mi significado, tantas veces ya, para reinventarme serenamente con el mismo nombre.

DEDICATORIA: YA SÉ LO QUE PENSARÁS....

A C. sin más letras. Por lo que ella sabe, por lo que me hizo saber y por lo que sabrá. Porque sí, que es la mejor razón. Por su abrazo preciso y su paciencia de buzo. Por su lectura y su palabra. Por su aliento y su tregua. Por mi gusto y sus disgustos. Por su lengua mordida y por lo que no se muerde. Por querer a este Joaquín Sabina de pacotilla. Por airear mis humos. Por ventilar mi dolor. Por ser, estar y parecer que nunca se va. Porque sin ella no habría tanto vino y tantas rosas. Porque sin ella mi soledad se escribiría con todas las letras.   



viernes, 6 de mayo de 2011

RELATO:FUNCIONARIAS CETÁCEO


Perecían un grupo de delfines, de esos que sirven de fondo de pantalla en un ordenador. Si permanecías a cierta distancia, podrías jurar que se comunicaban por carcajadas. Cada una de ellas tenía una risa con un color y un tono particular, con su sello propio. Cuando alguna emitía una carcajada las demás la seguían al unísono como un coro bien acompasado.
Llenaban de alegría los largos pasillos del impoluto edificio acristalado. Los usuarios en vez de hacerles preguntas o solicitarles algo les echaban peces, que ellas, prestas y ágiles, recogían al vuelo como si su medio no sólo fuese el marino. Se tocaban sus ropas de colores, como en un gesto de reconocimiento mutuo, de evidencia feliz. Se enseñaban sus crías, gozando colectivamente de pertenecer a la misma especie animal.
Todas eran altas y rubias, y si no eran altas saltaban hasta los techos, precipitando su cuerpo a la superficie provocando un estallido de alegría que salpicaba a todas las oficinas. Y si no eran rubias, no pasaba nada, se engañaban las unas a las otras con educación y alivio recíproco.
Algún político al verlas aplaudía con complicidad, lo que las excitaba aún más. Ellas respondían levantándose en sus colas y aplaudiendo con sus aletas. Pasadas unas horas, que hacían coincidir con la hora del café, se marchaban con la sonrisa en su prominente morro, deslizándose ágiles por entre los pasillos, tras las puertas y bajo las mesas coralinas del ayuntamiento.

miércoles, 4 de mayo de 2011

PARA ESCUCHAR MIENTRAS SE LEE Y LEER MIENTRAS SE ESCUCHA

Diana apenas había conocido el amor. Vivía en Chevalier a tres manzanas de Queens. Regentaba un bar subterráneo que habría a las 22:00 y se acodaba, todas las noches, en un extremo de la barra. Se dedicaba a ver pasar parejas: ellas siempre más jóvenes y ellos cada vez más viejos. Pensaba que el amor le llegaría, que un día alguien aparecería solo, entraría por aquella puerta y se dirigiría a ella para invitarle a un Brandy. Que permanecerían callados escuchando  Blue in green by y que la vida empezaría a tener  otro color para jamás volver a ser oscura. Yo la conocí en el  invierno de 1972, había entrado para escuchar a Miles, en uno de sus  conciertos en New York, la sala estaba repleta y Diana permanecía en aquella esquina fumando sin parar. Había clavado sus ojos en mí desde que había entrado por la puerta –después me lo dijo. Al acabar   el concierto, que había durado más de 2 horas, se acercó y me invitó a un Brandy. Me contó la historia que ahora les cuento y muchos más detalles. Cuando le pregunté por qué había sido ella la que se había acercado y me había invitado a una copa, me dijo: supe, desde que te vi, que necesitabas más amor que yo.