A.González y J.Semprún. |
Leí, hace muchos años, el Largo viaje, uno de los libros
emblemáticos de Semprún. De adolescente siempre tuve devoción por las
historias de nazis y me había comprado el Mein Kampf de Hitler para saber qué demonios había en la cabeza de aquellos
tipos que tanto sufrimiento provocaron, allá por mediados del siglo pasado.
Gracias a Mi lucha, entre otros
muchos libros, supe algo de la visión
histórica, política, ideológica… Pero mi mayor interés era la visión humana,
psicológica, casi íntima de las personas que habían sufrido aquel atropello a la Humanidad. El largo
viaje se mezclaba, por aquel tiempo, con otras lecturas de E.Fromm, Ana Frank y otros que ya ni recuerdo su
nombre. En su obra, Semprún nos hacía partícipes de una experiencia desgarradora,
la de su viaje en tren como deportado al campo de concentración de Buchenwald.
Historia para la que necesito casi 20 años de serena digestión para ponerla en
papel.
Recuerdo que en el colegio supe que el
padre de uno de mis compañeros de clase había estado en un campo de
concentración. Por aquella época, mi noción del nazismo y de la
II GM era más bien la que se tiene de las
historias del abuelo: más cercanas al cuento que a la pura vida. Pasados los
años y tomando conciencia por los libros y la TV, fui asimilando poco a poco la dimensión de
todo aquello, midiéndolo con la mirada de un adolescente y me di cuenta que
aquel hombre que tantas veces había recogido a mi compañero de clase, había
sufrido episodios similares a los narrados en el Largo viaje.
Hoy pienso, tras la muerte de Semprún y
de aquel padre -hace ya bastantes años- en la invisibilidad del sufrimiento
ajeno, en los mundos ocultos tras las miradas de los que nos rodean, en cuanta
literatura muda.
Se ha ido un intelectual com mayúsculas...y efectivamente un ser que sufrió la barbarie nazi y que luego encima tuvo que soportar las acusaciones de traidor...
ResponderEliminarNo hay nada como un compañero de partido para hacer bueno a un enemigo.
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