El 27 de julio de 1997, mi madre y yo disfrutábamos
de una plácida tarde de Sol en la playa de Duaritz, cerca de Donosita. Tres
días atrás había cumplido 3 años y para tal ocasión mi madre me había regalado,
entre otras muchas cosas, un juego de moldes de animales para crear mi
particular zoo con arena. Cuando me disponía a dar vida a un elefante africano,
un enorme balón Molten de voley playa color amarillo, azul y banco chocó contra
mi cabeza como aquel meteorito que extinguió los dinosaurios hace 65 millones
de años lo hizo contra la
Tierra. Mi madre, me dijo después que del balonazo caí
violentamente contra la piedra que ella utilizada a modo de reposacabezas, lo que
me produjo una enorme brecha a la altura del lóbulo parietal. Yo no me acuerdo absolutamente
de nada, desde el instante en que sentí ese golpe seco en mi cabeza perdí el
conocimiento hasta varias horas más tarde.
Mi madre me dice que jamás lo pasó tan
mal, sino llega a ser porque los servicios de emergencia actuaron rápidamente
cree que hubiera sido mi último día de playa, de Sol y de vida; vamos que me
hubiera extinguido allí mismo. De aquello sólo me queda la cicatriz que permanece
oculta bajo mi abundante mata de pelo, únicamente distinguible al palparla como
las costuras de un balón de voley. Pero a mi madre se le quedó una herida que
tardó en cicatrizarle, de hecho tras aquel accidente buscó al chico que hizo el
remate certero a mi indefenso cráneo y lo denunció. No contenta con la
sentencia que le dejaba exento de toda culpabilidad, pero no al ayuntamiento
que fue multado y obligado a prohibir el juego con pelota en toda la playa, mi
madre siguió persiguiendo al chico hasta lograr que le condenaran por tráfico
de drogas. Lo cierto es que no lo hizo sola, contó para ello con la ayuda de su entonces
exmarido, vamos mi padre biológico, que por entonces estaban separados y que a
raíz de aquello y de hacer propia su lucha contra el terrorista de la pelota de
voley volvieron a unirse. No le fue excesivamente complicado amargarle parte de
su juventud al chico ya que mi padre es comisario de policía y mi madre fiscal
por lo que llevan en la sangre eso de hacer prevalecer la justicia y de
aplicarla hasta sus últimas consecuencias.
Debo decir que jamás una pelota unió tanto, ni en el fútbol, porque mi
madre no se cansaba de poner a parir a mi padre desde que empecé a tener uso de
razón, y debo decir que con razón porque la dejó con el bombo de mí a los pocos
meses de saber que yo llegaría. Aun no sé qué pasó realmente entre ellos en
esos meses de encarnizada lucha por hacer justicia playera ni por qué mi madre
quiso tomar cumplida venganza de aquello que no fue más que un desafortunado
accidente. Lo cierto, es que a veces uno no sabe qué mueve a las madres a hacer
ciertas cosas como volver con el hombre que la dejó cuando estaba embarazada
o de guardar aquel balón Molten de voley playa color amarillo, azul y banco en
un lugar privilegiado del salón, como la cabeza de un elefante africano.
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