Chico, ese árbol que ves ahí lo traje en este bolsillo...

domingo, 3 de julio de 2011

RELATO: EL FARO Y TU LUZ


A Ana, por su luz verde

Faro de Llanes
Una noche, paseando por el muelle de Llanes, me dijo que la luz de todos los faros es diferente para que así los barcos puedan distinguir cada puerto.
Yo tenía 23,  ella 21 y olía a magdalena Martínez. Ya sé que suena proustiano, pero creedme olía tan rico después de untarse esa crema corporal de chocolate y naranja, tras ducharse,  que le hubiera rebañado hasta el alma –con papel y todo-. Llevaba pintadas sus uñas de azul con una manicura francesa que se asemejaban a peces exóticos en un acuario. Los dedos de sus manos eran alargados como el caparazón de una navaja y sus ojos aunque, acostumbrados al llanto, cambiaban de color a cuál más alegre y vivo. Tenía las piernas muy largas y delgadas, por lo que en el frenesí del amor, en ocasiones,  me sentía como un barquero torpe con dos tersos remos en mis manos sin saber dónde se hallaba el cielo y dónde el mar. Quizás ese desconcierto amatorio fuera un síntoma de todo aquello que nos pasó y de todo aquello que nunca me contó.
Pasamos aquellos días de verano casi sin separarnos del mar, como si  el distanciamiento produjese en ella una inquietud extraña que yo no era capaz de descifrar.  Cuando ya empecé a saber cómo remar contra su corriente, ella se fue sin estelas, sin balizas, sin ropa... Una tarde se adentró en el mar y no volvió. Los servicios de emergencia no encontraron su cadáver.
Decía Homero que Ulises mandó que lo ataran al mástil para no escuchar los cantos de sirena y así no perder la vida. Yo sé que ella no era una sirena –aunque me lo pareciera- pero lo que no sé es qué canto le hizo meterse en aquella peligrosa corriente sin decirme nada.
Confieso que perdí parte de mi vida aquel verano y que por una extraña razón cuando veo un faro apagado, me siento aún más solo.

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