Chico, ese árbol que ves ahí lo traje en este bolsillo...

sábado, 30 de octubre de 2010

El pensamiento lúcido y la velocidad de la luz


A Pilar y Perfecto.
Recientemente,  el mundo de la ciencia se ha conmovido ante otro sorprendente logro. En un laboratorio de la Universidad de Princenton, ciudad a la cual Einstein estuvo muy ligado, se ha llevado a cabo un experimento en un acelerador de partículas que refuta una de las aportaciones más significativas de la Teoría de la Relatividad del sabio judío.
Se ha probado que la luz puede viajar a más de 300 000 kilómetros por segundo. En dicho experimento se ha observado como la luz ha batido,  de largo, su propio récord. Parece ser que hasta el más sabio comete errores, aunque, como algún destacado científico se ha apresurado en decir, esto, ni mucho menos, echa por tierra la Teoría de la Relatividad.
Tenemos pues ante nuestros ojos un abanico de enormes posibilidades, por lo que algunos avispados ya han visto sus posibles aplicaciones en el mundo de la empresa.
Cuánta rapidez en nuestras manos. No es de extrañar que antes la lentitud nos pudiera, y con ella su hermana: la pasividad. Ahora el pensamiento lúcido que siempre hubo en los políticos, Papas, banqueros y otros gurus del planeta no tiene excusas para encontrar ese taxi llamado acelerador de partículas –parece ser que 300 000 km. por segundo les parecía insuficiente.
Todo, por lo visto era cuestión de partículas y no de voluntad, ni de otros atributos. Gracias al empuje de Cesio, que no es ni una ONG, ni nada tiene que ver con un revolucionario de nuevo cuño sino que es un simple gas que impulsa a la luz, todos tenemos esperanza de que cambien las cosas, y si es posible realmente y no relativamente.
Aunque tampoco es cuestión de que los aceleremos del todo, y nos vayan a cambiar el mundo en 6 días, sino que les metamos un poco de prisa, que seamos un poco, cada uno de nosotros, ese gas al que tan agradecido está ahora la comunidad científica.
Pero que nadie se sienta acomplejado o herido incluso, ante mi intención de convertirnos en algo etéreo y casi irreal a los ojos de esos personajes, aunque sólo sea por unos instantes. Quizá, sólo quizá, y si les sirve de consuelo, no es descabellado pensar que eso mismo hayamos sido para ellos desde siempre. Por eso propongo que reconozcamos definitivamente nuestro estado como ciudadanos –y esto no es una declaración de independencia-, un estado que no es otro que el gaseoso, y a ser posible gas Cesio que, como nos dice la Universidad de Princenton, acelera el pensamiento lúcido de nuestras más representativas autoridades. Bueno, quiero decir que acelera la luz, un error lo comete cualquiera, hasta el mismísimo Einstein.

Publicado en Revista Ciudadano Cero. Cruz Roja Asturias. Agosto 2000.

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