A Lolo, por no parecerse a mí y por tantas cosas.
Mathiu pasa por ser mi mejor amigo, desde hace muchos años. Pero tiempo atrás notaba en él una transformación lenta pero constante, que nos hacía mimetizarnos cada vez más.
Quizás, al objeto de ofrecer un look más varonil, se fue dejando perilla. Eso sí, bien rasurada y perfectamente alineada, debido, sin duda, a que se ponía en manos de, Faustino, un profesional con amplia experiencia en el corte a tijera y navaja. Yo ya calzaba perilla desde hacía tiempo, aunque realmente lo mío era una barba, pero mi condición de imberbe –que creo que me perseguiría toda la vida- me hacía tener, de cara al gran público y sobre todo el femenino, candado –como dicen los sudamericanos. Si bien, un candado desaliñado y revuelto como plumas en un nórdico. Muestra indudable de la imposibilidad de acceder a los cuidados y atenciones de Faustino. Quiero señalar en este punto, que Mathiu es funcionario público, y eso se deja notar en muchos aspectos, hasta en el peinado y afeitado. Podríamos decir que él era un yo no artesanal, un yo manufacturado.
Pues pasado el tiempo, Mathiu, ya acostumbrado a su imagen de conquistador español del cinquecento, se decidió por alcanzar cierto estatus de persona respetable –más aún, se entiende- intentando parecerse a mí en aquello que más me duele, mi barriga. Pudiéndose advertir cómo su vientre bajo se hacía cada vez más prominente. Lo que a mi juicio conllevó ciertos cambios en ese carácter, siempre disperso y jovial de Mathiu hacia una actitud más sosegada y flemática, que yo no pensé en achacar a otra circunstancia mas que a esa acumulación sebácea de su cuerpo.
Evidentemente, eso me hizo pensar aún más que se estaba llevando a cabo esa mimesis que se había iniciado con la perilla, meses atrás. No le dije nada, a pesar de la mucha confianza que con el tiempo hemos ido labrando y fortaleciendo. Quizás más por pudor pero también porque trabajaba fuera y nos veíamos poco.
No era cuestión de que en esos contados encuentros le preguntara por el yo que él estaba haciendo en él, más cuando no tenía todos los pelos de la burra en la mano – aunque sí los de la barbilla. La cuestión es que en esas contadas ocasiones pude ir midiendo el grado de semejanza que íbamos teniendo y que se sustanciaban también en gestos y poses que me resultaban propias.
Como el familiar que se va lejos durante mucho tiempo y que al volver se observan con mayor claridad el paso del tiempo y los cambios obrados en su cuerpo, así lo percibía, en cada nueva visita. De este modo, vi cómo Mathiu, se volvía más yo, dudando si un día me encontraría a mí mismo sentado en el café donde siempre coincidíamos.
Mis más profundos miedos se confirmaron cuando un día de esos le vi llegar con unas gafas azules, como las que llevo utilizando desde hace años. Me explicó que necesitaba un cambio y que le gustaba la montura y el color azul le daba un aire de intelectual venido a menos, como Fernando Savater. No se lo tuve en cuenta lo de “intelectual venido a menos” quizás más lo de Savater, al que admiro.
Lo cierto es que no supe qué decirle. Bueno. Lo propio en estos casos: te quedan bien, te favorecen, etc. pero con cierto pudor, porque en realidad sentía que me lo decía a mí mismo.
Aquel día estaba decidido a decirle algo. Pensaba que quizás había visto en mí algún tipo de figura a la que seguir simplemente por mi apariencia. Me imaginé que lo que le contaba de mis habituales relaciones con el sexo contrario le había atraído de tal modo que se había propuesto adoptar cierto mimetismo para así potenciar sus cualidades. No sé, desconocía su pulso más íntimo para hacer eso.
Quería entenderlo así, y no que quisiera ser el que soy producto de un trastorno obsesivo de personalidad. Imaginando ese caso llegué a alcanzar un punto de preocupación interior, que evité que él lo notara.
Antes de que me dejara dar el paso y destapar la caja de Pandora, él me dijo que tenía que contarme algo: amigo mío, estoy saliendo con alguien desde hace un tiempo, no te lo quería decir porque no sabía aún lo que sentía…
Respiré aliviado y me reí para mis adentros. Sin duda aquello marcaba el límite entre él y yo. Como eso que distingue a un gemelo de otro y que sólo la madre sabe.
Jamás se lo dije a Mathiu. Pero sí pensé que sería una buena idea para un relato. Aunque nunca lo escribí.
DITREVI:
ResponderEliminarNOS RESULTA MAS FACIL VERNOS REFLEJADOS EN LOS DEMAS QUE RECONOCERNOS A NOSOTROS MISMOS. LOS AMIGOS SON COMO LAS ESTRELLAS NO SIEMPRE LAS VES PERO SABES QUE SIEMPRE ESTAN AHI.
GRACIAS POR PODER HABER DISFRUTADO CON TU RELATO.
FELIZ NAVIDAD AL AUTOR.