RELATO: DEDICATORIA

 Una vez me dijo un amigo que mis verdaderos relatos eran las dedicatorias que hacía. Y  no le faltaba razón. Me gustaba regalárselos como en un gesto de amistad sincera a aquellas personas que había significado algo en mi vida, o que habían pasado por ella dejándome una historia para recordar.

Cuando se me acabaron los amigos y las aventuras, a las que dedicar algo de lo escrito,  entré en una crisis creativa y me acordé de aquella frase de mi amigo. Así que  fui inventando personas a las cuales les dirigía lo que escribía, como una técnica de estimulación creativa. Así, pensaba: A Marco, por esas luces en las manos. A Sergio, con caricias transversales. A Hans, por sus puntos cardinales. A Diego por las frutas y por lo prohibido.  Después, mis amigas, al escuchar las posibles  dedicatorias me preguntaban intrigadas por cada uno de ellos. Incluso se llegaban a molestar porque no les había contado nunca quien era Sergio, Marco, Hans o Diego y me interrogaban sin piedad y sin decoro para sacarme todos los detalles. Acabaron siendo ellas mismas  las que realmente creaban  a esos hombres y las historias que encerraban las sugerentes dedicatorias.  Este Hans es con el que te enrollaste aquella vez en Frankfurt cuando hiciste escala. No este Hans es el de Barcelona, que era amigo de Paul, recuerda que era alemán. Si, si; estoy segura que es él. ¿Y Marco, es italiano verdad? es el de Formentera seguro, como si lo viera.¿Y qué tenía de prohibido Diego? cuenta,cuenta...

Mientras ellas me hacían preguntas, que apenas me dejaban contestar, a coro iban  hilvanando  episodios de mi vida, construyendo,  con cierta verosimilitud, una Sandra, que había pasado por experiencias fantásticas que  había hecho viajes apasionantes y conocido  a innumerables hombres de todas las nacionalidades. Opté por escuchar mi vida, y reconozco que me encantaba ser esa mujer.

Está claro que una no es dueña totalmente de sí misma -pensé.

Desde entonces, he dejado de hacer relatos, sólo escribo las dedicatorias.