Debo confesar que para un amante del aire sin sabor rubio o negro la ley antitabaco es un primor. Salir de tu cafetería favorita con el mismo olor que has entrado era un lujo asiático, hasta hace unas semanas. Parafraseando el anuncio: que tu olfato no sepa a nicotina al tocarlo no tiene precio. Es que a veces he llegado a perder los sentidos entre la espesura del ambiente, y uno ya no sabía si el estornudo era una calada inversa.
Pues sí amigos, soy de esos a los que no les gusta el humo y les encanta presentarse neutrales al olfato humano, sin más aromas que el del perfume de Navidad o el que el roll-on de la naturaleza masculina nos aporte.
Les cuento una anécdota: días atrás, ya vigente la nueva ley, me fui a tomar un café como de costumbre al café de costumbre, y me senté en el sitio de costumbre. Unas mesas a mi izquierda se encontraban dos mujeres, una escuchando a la otra, a modo de programa de radio nocturno. La única que hablaba parecía confesarle una experiencia traumática y muy dolorosa, incluso se le podía ver cómo asomaban unas furtivas lágrimas, por lo que la otra -la que escuchaba- le hizo un gesto con la mano en un intento de reconfortarla. A esto, la mujer que confesaba tan triste episodio encendió un cigarro de forma autómatica, como si el llanto necesitara de una dosis de nicotina para aliviarse en parte.
Al poco tiempo, los que nos encontramos alrededor empezamos a sentirnos invadidos por aquella atmósfera, mientras la mujer le daba calada tras calada, sin apercibirse de las caras que iban surgiendo a su alrededor. Yo, que soy un un pejiguero, aproveché la cercanía de una de las camareras -hermosa chica, por cierto- para decirle lo que estaba ocurriendo en aquella mesa, con las siguientes palabras: por favor, le podría decir a la mujer de la mesa de la esquina que deje de llenar el ambiente de amargura, aunque para ello tenga que estrecharla contra mi pecho o encender otro cigarro, gracias.
Confieso que el tabaco me molesta un horror, pero el dolor ajeno me empapa el alma de un poso que ni con varios lavados de indiferencia.
precioso (y muy comprensivo por tu parte).
ResponderEliminarinocente de mi creía que para paliar esa molestia estaban esas Pastillas contra el dolor ajeno :) impagable anuncio de Berlanga.. en fin
ResponderEliminardebo confesar que para una amante de las suaves bocanadas de humo, leer tu artirelato me traslada al Gran Cine, imagino a la divina Bette con su halo de misterio envuelto en humo, la lumbre q iluminaba los ojos de la Joan o Lana y por supuesto la gran Rita, que sensual quedaba el cigarrillo entre sus labios!
El cine negro a muerto..nunca mejor dicho, ha dejado paso al OLOR.
Voy a emular a Rita.. C.
Hilia, preciosa vos. Gracias por la visita.
ResponderEliminarC. es mejor tu comentario que el articuento (en términos de Millas). No sé si al cine negro puede recordar -por cierto,quizás negro por el humo- a lo que sí puede llevarnos es a la necesidad de ponernos en el lugar del otro, que es lo importante. Saludos y gracias, rubia de cine.
ResponderEliminarDITREVI:
ResponderEliminarEL HUMO NO DEJABA VER EL MUNDO, AHORA SE PUEDE VER EL HORIZONTE Y SENTIRLO TAL Y COMO ES.
EL DOLOR NOS VUELVE HUMANOS.
BONITA ALMA!!!
Detrás del humo hay vida, hasta hay compasión. Te lo dice un fumador pasivo de nacimiento. Saludos
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